(Memorias de mi pueblo)
Esta leyenda tiene relación al 1ro y 2 de noviembre que en México se celebra el día de los muertos. Sucedió que en el pueblo de San Pedro Huamelula murió una señora que tenía un perro que lo quería mucho, después de su muerte el perro aullaba por las noches, la gente del pueblo decía cuando escuchaba al animal que éste lloraba amargamente por su dueña, los vecinos, imaginaban muchas cosas de terror, decían que la dueña del perro venía a verlo del mundo de las almas perdidas. Un muchacho del pueblo al escuchar los fuertes y lastimeros aullidos del perro, preguntó a un anciano, ¿porqué el perro aúlla muy feo que hasta se eriza la piel?, el anciano sabio le contestó: porque el perro puede ver las almas de los finados, puede ver que llega su dueña para verlo, para vigilar si el animal tiene comida y agua. Muchacho, esos animalitos que son los mejores amigos del hombre, se convierten en grande y entrañable amigo, que algunas personas cuando mueren, quisieran llevarse a su perro.
En los días de muertos puedes imaginar cómo los perros ven cómo van llegando las almas. El perro ve claramente materializado los espíritus y, las personas no tienen esa virtud, no tienen esa capacidad. El muchacho volvió a preguntar al anciano como es que el perro logra ver a las almas, el anciano le respondió; los perros tienen en los ojos una sustancia mágica que están en sus lagañas, esas chinguiñas tienen un poder que llegan a convertir los ojos del animal en piedras preciosas en la oscuridad, llegan a centellar luces que hechizan y logran a distinguir lo inimaginable. Le dijo; si una persona le quita las lagañas al perro y luego se los pone sus ojos y se los frota, también podrá ver y distinguir como el perro. El joven indígena chontal de Huamelula quedó impresionado por todo lo que el anciano sabio le contó, también quedó tentado por la curiosidad de experimentar la sensación poniéndose las lagañas del perro en sus ojos. Llegó el día 1ro de noviembre día que los chontales colocaron cirios, pusieron flores, mucha comida, agua, mezcal, frutas, antojitos, tamales, chocolate y más cosas que les gustaban a sus difuntos para que las almas vinieran a visitar a sus familiares y saborear como marca la tradición. El joven tuvo mucha curiosidad por saber si en verdad las almas de los muertos venían y probaban la comida que les ofrecían ese día de todosantos. Como el anciano le contó que los perros pueden ver a los espíritus, a él se le metió fuertemente la idea de untarse y frotarse las lagañas de un perro, entonces; sus ojos lograrían ver a los difuntos, aunque algunos le advirtieron que no lo intentara porque le podía pasar algo malo. Él no le hizo caso a ninguno. Esa misma tarde luego de poner un altar para que los difuntos pudieran venir, se talló los ojos con el pañuelo que tenía lagañas de un perro y después; se escondió en uno de los rincones de su casa para que los muertos no lo pudieran ver cuando llegaran a visitar y observar todo lo que pasara. No tardó mucho cuando empezó a oír muchas voces afuera de su casa, escuchaba que algunas mujeres y también niños jugando y riendo, él joven ya estaba muy asustado, entonces de pronto; se abrió la puerta y todas las personas entraron y se dirigieron directamente al altar, pero entre esas personas logró reconocer a su hermana que había fallecido un tiempo atrás. De pronto vio que su hermana se acercaba al rincón donde estaba él y le reclamó diciéndole: ¿por qué te has atrevido a querer vernos, porqué lo has hecho?, por haber hecho esto, voy a llevarte conmigo… Al amanecer el muchacho ya no estaba bien del juicio, hablaba solo y deambulaba por el pueblo de San Pedro Huamelula, aullaba como el perro que lloraba por su dueña fallecida, se sentaba, pero antes de hacerlo, daba varias vueltas como queriendo morderse la cola, como se echan los perros.
La gente del pueblo murmuraba cosas del joven, de la muerte, de los espíritus, del día de los muertos. Dos días después de la celebración del día de todosantos, mientras la gente disfrutaba del espumoso chocolate caliente, de los ricos panes agridulce de Huamelula, de las variadas frutas, se iban consumiendo los cirios que fueron encendidos para los difuntos, también se estaba apagando la vida de este joven atrevido, osado, irrespetuoso que profanó el día sagrado que los mortales honran a sus fieles difuntos. Murió con los ojos desmesuradamente abiertos, con la boca abierta y seca de tanto aullar, y con la cara de horror por el terror que le causó al ver a los muertos… ¿Tú quieres ponerte en los ojos las lagañas de un perro el día de todosantos?
FIN
Autor. Jaime Zárate Escamilla.