EL MARINERO PESQUERO CAMARONERO
Primeramente, dedico a Dios los momentos de mi vida desde el vientre de mi madre hasta la actualidad, al mejor capitán de la mar, de la tierra, de los cielos, de todo el universo, al Todopoderoso quien me sigue concediendo días llenos de nuevas vivencias y que, con su amor, me sigue conservando vivo y sano para contarles a ustedes un poco, lo apasionante de mi existir.
Quiero también dedicar estas líneas de parte de mi vida a quienes merecen los reconocimientos y mis elogios, mi agradecimiento y la bendición de Dios por ser la parte medular de mis caídas y levantadas, a quienes me miraron con sus ojos y su corazón bueno, el verdadero y gran amor por mí, al intentar lo máximo, en apoyarme y guiarme también con su enorme visión y sus sabios consejos ya que un niño, un adolescente que está viviendo las grandes dificultades, necesita apoyo para saltar los obstáculos que se ponen en el camino y en el destino de cada uno. Gracias a mi padre Manuel Graciano, a mi madre María, quienes dieron absolutamente todo para que yo encontrara la ruta correcta y la sintonía de la frecuencia difícil de localizar bajo el cielo del lugar donde nací, en donde fue precaria tanto la condición social como económica. Gracias padres porque los llevo en el alma cada vez que abro los ojos, en mi mente y en mi boca para esbozar sus nombres en mis humildes palabras, seguirles pidiendo sus bendiciones al comenzar todos mis días. ¡¡Dios los bendiga!!
A mis tíos Humberto QEPD, a mi tía Ofelia quienes me tuvieron en su humilde casa en la que me ofrecían lo que alcanzaba para vivir y comer igualmente como si yo fuera un hijo de ellos, en donde fue el lugar idóneo del inicio y lo más difícil del comienzo de esta aventura. Especialmente al tío Manuel Zárate Molina medio hermano de mi padre quien me dio la maravillosa oportunidad de viajar con el pensamiento, a vivir como un sueño al principio y que más tarde logré aprender y tener conocimientos que me han encaminado por dondequiera que yo voy me sirven para salir triunfante y sea la realidad, porque me hizo un hombre de valor al surcar mi destino a la mar. Por su paciencia con regaños, por transmitirme sus conocimientos sin envidia ni egoísmo, por darme consejos sabios de un hombre vivido que la vida misma le cristalizó al haber pasado una niñez difícil. Al “viejo palique” que hasta la actualidad jamás supe su nombre, quien fue el capitán de la primera nave que subí y donde acontecieron muchos errores, pero que gracias a esos errores que casi costaron mi vida en la mar, supe aprender y que ahora en otra faceta de mi vida, recuerdo con agrado y orgullo a ese personaje sabio, su carácter bueno como el pan de trigo y su coraje a la hora de decidir. A cada uno de los tripulantes del barco en mi primer viaje a alta mar, por enseñarme como tal vez mejor ellos enseñaron a sus hijos, también gracias a esos recuerdos de cada uno de los que yo conocí en cada una de personas buenas y malas en sus momentos, que con tan solo recordarlos, me llena de emoción y quisiera pisar de nuevo el muelle y brincar a la cubierta de cualquier barco como en ese glorioso tiempo de la primera vez que pisé el barco de madera de nombre Río Jano.
Corría el año de 1970 cuando mi madre me “secuestró” del castigo que sufría en los innumerables viajes como arriero comerciante a los pueblos de la sierra andando a pie descalzo atrás de los benditos animales, asnos y mulas que alquilaba mi padre para encimarles cargas “cerradas” que al sentirlos sobre sus maltratados lomos comenzaban a pujar en cada paso que daban y yo, con la angustia de que Dios me castigaría al permitir que mi padre le pegara en sus lomos carga tan pesada. Era inútil tratar de hablar con Graciano Manuel Zárate Ortega, era rígido, ríspido, hosco, duro como una piedra, al insinuarle cualquier cosa, de inmediato decía que uno le estaba llevando la contraria, decía que mejor no hiciera nada, que me sentara como Nicolás el flojo. Él había leído una pequeña revista de cuentos de aquella época, el cuento hablaba del padre de Nicolás que hacía canastas de carrizo, pero Nicolás era un niño que deseaba hacer otra cosa, no le gustaba hacer canastas y desobedecía a su padre, ¿a qué hora encontró esa revista mi padre y lo leyó?, fue mi mal, a cada rato me champaba con intención mordaz que me lastimaba sus palabras, y mucho más con el tono de burla y de desprecio que aprovechaba cualquier momento que repetía lo mismo. Los viajes de arriero-comerciante yo estaba cansado porque tal vez comenzaba mi adolescencia y como todos los muchachitos, tal vez querían estar sueltos, libres para poder elegir el camino de la vida. En aquellos años todo era salvaje y sin tener ni siquiera cerca la tecnología, no había energía eléctrica, no había agua entubada o potable como dicen ahora, corríamos haciendo miles de viajes al río con el palo aguantador, dos cubetas de lámina con una jícara de morro, hacíamos un pozo a la orilla, un pozo que filtrara rápidamente para tener suficiente líquido y zambutir la jícara para llenar las cubetas, era un trabajo rudo y cansado pero ya estábamos acostumbrados todos los habitantes desde los niños hasta los viejitos. Los incontables viajes a la Merced del Potrero, pasando por San Bernabé Ayuta, San Isidro Chacalapa, La Escondida donde luego nos quedábamos a acampar, Zimatán, Petatengo, Santa Catarina Cerro de Oro, San Miguel Chongos, Santa María Xadani antes Zuchitepeque, las fincas, El Faro, El Mamey, La Concordia, Montecarlo, Llano grande, Corral de Piedra, Quiebra Plato, San Felipe Lachiyó, Lluviaga, San Mateo Piñas, Xanica y más ranchos escondidos entre la sierra, ya me habían cansado. Mi madre al ver que apenas llegaba del viaje y entregaba los animales alquilados, mi padre ya había ido a la laguna de Garrapatero a comprar camarón oreado, ya había ido a la Colorada o a la laguna del Rosario para levantar sal, ya tenía lista la carga de pescado oreado, queso fresco, y otra vez mi madre a amasar la harina y hornear a cualquier hora, en la noche, en la madrugada, con lluvia o con sol caliente aguantaba las altas temperaturas del horno que amarraba en su cabeza un trapo para evitar el calentamiento. Al ver mi madre una situación muy difícil y pesada para su hijo, tal vez imaginó que así, viajando detrás de las bestias, oliendo pedos de burro como aquí decíamos, veía un panorama muy oscuro para su hijo, un panorama en donde había solo eso y el campo que en todos los tiempos desde que recuerdo siempre ha habido buenos y malos, entonces el campesino también vivía un futuro difícil e incierto como hasta la actualidad, pensó tal vez en que yo estudiara para ser un hombre de futuro con otra forma de desarrollarse, de hablar, de ganar dinero, de encontrar en otros lugares una pareja de otros mundos más desarrollados con mejor futuro. Un día mi madre me dijo, hijo, me vas a acompañar a Salina Cruz a llevar pollos y gallinas, iguanas, huevos, vamos a vender y tener algo de dinero. En esos tiempos no había aquí en el pueblo gallinas de granja, no las conocíamos, entonces eran huevos envueltos con totomoztle, también recuerdo bien, agarramos un marranito que ya tenía “buen ver” y que por estar correteándolo para llevarlo a vender al puerto mi madre tropezó, cayó muy mal y se lastimó, aun así, seguimos juntando cosas para llevar a vender y su intención fue que yo me quedara a vivir en casa de la tía Ofelia Escamilla su hermana, para que mi tío Humberto su esposo, me pudiera acomodar en la escuela de la Secretaría de Marina que estaba adentro de las instalaciones del Dique seco número 8 del puerto de Salina Cruz, ahí seguramente terminaría una profesión u oficio que disminuiría la rudeza de los trabajos en el pueblo San pedro Huamelula, porque aquí, era ayudar a mi padre en el campo rosando, tumbando árboles, limpiando, rastrojeando, sembrando maíz, calabaza, sandía, chiles que luego piscábamos y secábamos en tiempos del mes de septiembre, lo encostalábamos y lo llevaba a la vendimia en los pueblos serranos ya mencionados anteriormente. Los terrenos en donde sembraba mi padre siempre los elegía muy lejos del pueblo, al punto llamado Lyiumpa’po era el terreno preferido de Graciano Manuel en donde decía que era tierra virgen, en donde no cualquiera pisaba esa tierra virgen, en donde la tierra negra que ahí había era buena para cualquier semilla, que ahí germinaría mejor que en otros lugares, que también era propicio para enterrar el maíz grande o híbrido que daba mazorcas de gran tamaño y sus granos llenan pronto una tina grande al desgranarlas, hasta el rincón en donde muy pocos elegían ese sitio porque como mi padre decía: solo los flojos como Nicolás siembran en la orilla del pueblo en donde caga la gente, donde trompean los marranos, donde las gallinas del pueblo llegaban para arrancar la milpa, en donde los burros y el ganado entraban a la fuerza para comer el zacate y la mazorca. Tal vez tuvo razón pero siendo un chamaco que piensa diferente al padre, era incómodo y difícil soportar ese rudo trabajo tan alejado del bullicio y de la falsa sociedad como dice en su canción el bohemio de México José Alfredo Jiménez, tal vez a mi manera de pensar, no había que ir tan lejos porque en la época de cuidar las milpas con elotes, era mucho sufrimiento levantarse en la madrugada todos los días para ir a espantar a las cien mil cotorras que llegaban a devastar la cosecha ya que estos animales que ahora ya se han extinguido, también se levantaban temprano para conjuntarse en grandes parvadas y se abalanzaban en cada cañuela que sostenía un rico elote tierno, y al atardecer, otra vez ir hasta el lugar para lo mismo, para espantar las méndigas cotorras que ya fueron conociendo los espantapájaros, los palos vestidos como personas con camisa y pantalón y servía dizque para ahuyentarlas aunque esos espantapájaros a veces se veían reales cuando el viento los movía, tal vez al principio dio resultado pero éstas cotorras, no son tontas y hacían caso omiso a estos trapos que se movían y que al regresar del terreno ya se hacía noche en el camino donde no era camino, eran solo veredas con el monte crecido hasta la cintura y llenos de rocío o agua de lluvia, tenía que volver muy rápido cuando comenzaba a llover en la tarde aunque sabía que si dejaba al abandono la milpa las cotorras se iban a dar un festín, aun así con ese riesgo, regresaba angustiado para que no me atrapara el río y me quedara sin poder cruzar las aguas, y que la oscuridad llegaba, entraba la noche en el monte y ya no se distinguía el camino y que solo las luces de las luciérnagas ayudaban a ver levemente el camino. Al fin ya llegamos a Salina Cruz el puerto de las maravillas como le llamaban, mi madre fue apoyada en la venta de las cosas que llevamos por mi tía Ofelia hermana de mi madre mientras yo, pensaba con mucha preocupación mi futuro cuando comenzaba mi adolescencia, pensaba en la familia que me recibía en ese momento y que yo aun no estaba enterado que si mi madre ya se los había solicitado o pedido a que me quedara, pero supongo que sí ya lo sabían y también eso me preocupaba por mi futuro incierto, aunque también pensaba que no me iba a acostumbrar aunque fuera la casa de la tía y que estaban los primos para hacer amena la estancia. Como todo principio es muy difícil hasta para escribir esta historia de mi vida, el tío tenía una tía que contaba con una pequeña tienda de abarrotes en la colonia san Pablo cerca de donde vivía “Juana Coyul”, más bien cerca de donde era un mercadito, ahí estaba tan cerca el estanquillo, el tío me dijo que fuera a presentarme ahí porque me iban a dar un trabajo ya que en la escuela de la marina, más bien el centro de Capacitación de la Secretaría de Marina todavía iba a iniciar el ciclo escolar y estaba bien ocuparme en un trabajito para tener unos centavos que me iban a servir. Llegué muy temprano como las seis de la mañana como me dijo el tío, toqué la puerta de la casa y me abrió una señora, doña panchita le llamaban, le dije que me enviaba el tío Humberto Vázquez QEPD, me dijo pasa, siéntate, me senté y me sirvió una taza de café caliente con un pan de capricho como le llaman en Salina Cruz, terminé el café con el pan y de inmediato me dijo, mira; allá en este cerro aquí abajo vas a encontrar el camino que te llevará hasta ese arriba y ahí vas a ver un corral, un corral en donde están nuestros chivos, le abres la puerta y por favor los llevas a apacentar pa´ mis pulgas!! Ese trabajo no lo quiero, en mi casa, mi padre tenía chivos y esos animales como dan lata para hacerlos regresar al corral en la tarde, se meten en el monte y se corren sin poderlos agarrar, huy que trabajo es este, estoy saliendo de Guatemala y estoy entrando a Guatepeor como dice el sabio refrán. Con mucho disgusto y malestar dentro de mí, obedecí por la necesidad que tenía ya que al vivir en casa ajena tiene uno que hacer las cosas para coadyuvar en la economía y el quehacer para que no lo vean a uno como Nicolás el flojo. Recuerdo con mucha pena, pero me la aguanto, que ya no volví al otro día a esa casa para cuidar y para apacentar chivos, solo fue un día que por cierto pareció que los animales me pusieron a prueba mi cariño hacia ellos y mi paciencia para cuidarlos, pues ya no volví jamás. El tío buscó otra alternativa en donde pudiera estar mejor y me recomendó con otra tía que vivía en el barrio El Espinal que estaba casi afuera de la pequeña ciudad en aquellos tiempos, era una señora muy gorda, de piel blanca, tenía una casa muy grande que no recuerdo su nombre, creo que se llamaba doña Lupe, tenía tres hijas y un hijo chamaquito hijo de p… que era un diablo travieso, una de las muchachas ya estaba mayor que le decían la chata y trabajaba en una gasolinera, la otra que le seguía le llamaban, no quiero decir sus nombres para que no me digan que hablo mal de la gente, la otra señorita de menor edad iba a la secundaria porque siempre llegaba con el uniforme de color rosa y guinda la que usaban en ese nivel escolar igual que la hermana de en medio y el niño, no me puedo acordar del nombre. El primer día me tocó trapear y lavar pisos, lavar trastes, y tender camas de las señoritas catrinas, más tarde ayudaba a la señora a preparar los alimentos haciendo mandados a la tienda que estaba ubicada en una escuela muy grande e importante, doña Lupe me llamó y me dijo claramente, yo sé que eres de Huamelula y ahí hacen trabajos del campo, mira, allá en aquel cuarto es la bodega, ahí hay mucha mazorca para pelar o deshojar y desgranar, hay por ahí un banquito de madera y un cuchillo, comienza a quitarle el totomoztle, separa por favor para los tamalitos, y lo demás para que coman los burros. Nunca vi ahí burros ni caballos, ni vi tampoco un señor que llegara y que fuera su esposo, creo que era una señora viuda con serios problemas con las dos hijas de menor edad y el escuincle, ya que esas muchachas y el chamaquito eran muy mal “educados” que los recuerdo con un poco de resentimiento por aquel momento en que la muchachita me escupió cuando me mandó a lavar los platos, me dijo: apúrate y sentí su saliva en mi cara. Por más que la acusé con su madre, su madre no la pudo sujetar porque la madre no tenía carácter y la muchachita se sentía rica y poderosa. Solo unos días más fui a esa casa a trabajar, era mucha chinga y discriminación para muy pocos centavos que recuerdo me daban porque eso no era un pago. Yo me iba a pie de la colonia san Pablo hasta el Barrio Espinal en donde terminaba la ciudad de Salina Cruz y regresaba igual a pie porque no alcanzaban los centavos para pagar el urbano igual; yo no tenía, hasta el día que la señora me dio unos centavos. Después al no ir a trabajar con doña Lupe, me di cuenta que había en ese barrio una tortillería y me acerqué a pedir trabajo de lo que fuera, para entonces yo no conocía una tortillería. En aquel tiempo se escuchaban las bonitas canciones de José José, “el triste”, “la nave del olvido”, la de Estelita Núñez, “una lágrima por tu amor” y más éxitos que a veces me pongo a recordar con añoranzas. Entré a trabajar en la tortillería de Carlos Carballo que conocí pero nunca crucé palabras, era un señor flaco espigado, supe que así se llamaba, vivía pegado al cerro en la parte final de la calle Manuel Ávila Camacho, ahí adentro estaban las grandes tinas en donde hervía el agua con los granos de maíz, el nixtamal que luego yo movía a cada momento para que se cociera parejo y salieran las mejores tortillas del puerto, pero como antes mencioné que yo era un chamaco y ese trabajo me incomodaba que hasta llegaba a avergonzarme con las muchachas que estaban en diferentes tortillerías ya que yo sacaba de la tina caliente el nixtamal, lo ponía en la tolva del molino con una cubeta, de ahí, salía la masa caliente que yo hacía bolas y lo encimaba en la báscula para hacer pedidos de 20, 30 o 40 kilos envueltas en mantas de bolsas de azúcar, con mucho trabajo las ponía en el diablo con ruedas muy pequeñas, esas ruedas pequeñas me hacían parir a cada instante que empujaba el diablo en el suelo de tierra, que en aquellos tiempos las calles del barrio espinal no estaban pavimentadas y pues las llantas del diablo, se hundían por el peso de la masa, las ruedas se atascaban. Que sufrimiento para hacer bien ese trabajo bendito que estaba arrepentido de haber solicitado, sin embargo duré trabajando no sé hasta qué tiempo y me salí, trabajé también en otra tortillería que se llamaba “La Pequeñita”, el encargado o dueño era un joven señor güero que era buena gente, la tortillería estaba situada a un lado de donde algún día fue la terminal del ferrocarril en Salina Cruz, ahí hay una calle corta que entronca con la que actualmente le dicen cuatro carriles, muy cerca de la terminal de autobuses Estrella Blanca, me dedicaba a recoger las tortillas recién iban saliendo de las bandas, tortillas gorditas, infladas, las recogía sentado en un pequeño banquito de madera desde temprano cuando abrían hasta la hora en que dejaban de fabricarlas, entonces, me levantaba del banco y me ponían a separar casi todas las que se hicieron en el turno, las separaba con cuidado para que al enfriarse no se quedaran pegadas, después, las pesaba el güero y yo, las envolvía con el papel que salía de las bolsas de Maseca u otra marca de harina, antes; me mandaba a casa para que yo fuera a comer, me regalaba un medio o un kilo de tortillas y me prestaba una “birula”, bicicleta que no tenía frenos, para frenar, le ponía el pie derecho en la parte de la llanta trasera obstaculizando su rodar. Me daba gusto que me tratara bien que hasta tortillas me daba, este trabajo, no se podía comparar con los anteriores, aquí estaba mejor. Al regresar de la comida, ya estaba un carrito, un cochecito que no supe nunca el modelo del Renault que tenía la palanca de velocidades que se le hundía al fondo enfrente del tablero y se le torcía el mango para la derecha o a la izquierda según las velocidades, nos íbamos al muelle en donde estaban atracados los barcos pesqueros y ahí bajábamos los canastos pesados llenos de tortillas de la tortillería La Pequeñita, y así; algunos días trabajé con gusto aunque la paga era poco me conformaba y le daba a mi tía mi sueldo para ayudar al gasto de la casa. Poco duré porque luego me dijo el dueño o encargado que la tortillería la iba cerrar, y así sucedió porque para constatar, me di unas vueltas los siguientes días y efectivamente, la tortillería la pequeñita había muerto, las cortinas de ese local estaban cerradas, solo se veían las letras del nombre de esa empresa tortilladora. Después anduve buscando algún lugar en donde solicitaban un muchacho trabajador como yo. Aquellos tiempos eran muy difíciles para conseguir buena chamba, a lo mejor era más difícil que en estos años, ahora, veo en algunos jóvenes que eligen los trabajos y consiguen otro fácilmente, a lo mejor estoy equivocado. Al pasar por el mercado donde actualmente está situado, pasé a la tienda de abarrotes “La Vencedora” que estaba precisamente al lado del mercado, era un edificio grande de dos plantas que ahora si como se dice, estaba abarrotada de productos, ahí; compraban por mayoreo los cocineros de los buques tanques petroleros, los trasatlánticos, los cocineros de los barcos pesqueros, los yates que atracaban en el muelle o se fondeaban en el antepuerto. Ahí llegué siendo todavía un mocoso sin fuerzas para levantar costales de azúcar que pesaban 50 kilogramos, arroz, frijol, sal, harina, detergentes, cajas de huevo y otros artículos pesados, tan pesados que me daba pena al tener dificultad para alzarlos frente de las señoritas dependientes que ahí trabajaban, había varías, muy guapas y bien vestidas como las señoritas de la ciudad, ahí; me dieron chance de trabajar justo en el tiempo del futbol México 70, se escuchaban los promocionales por la estación de la televisión y la radio XEKZ, muy bonitos comerciales de la Coca Cola, el Chocomilk que ahí en la tienda de la Vencedora los vendían, traían dentro de los botes grandes igual que de la leche nido, estampitas para que niños y adultos pudieran coleccionar, las cajas de galletas también daban premios que éstos, venían adentro al igual que los pases para ver los partidos en los estadios, los refrescos por dentro de las corcholatas igual. Era emocionante escuchar todo lo que se relacionaba al mundial de futbol a punto de realizarse en México, en diferentes ciudades y escenarios, aún recuerdo con emoción la música emblemática de ese mundial de futbol, claro que aún seguía siendo entre niño y adolescente y me llamaba la atención eso ya que yo viví en la ciudad de México en la época de las olimpiadas en donde llegaron cientos de atletas extranjeros de diferentes razas y colores y pude admirar aunque por televisión las emocionantes competencias.
Trabajé ahí en el Surtidor de Don Herminio Ruiz “Catola”, con todo respeto, así le decían, su esposa, sus dos hijas Martha y la otra que no recuerdo el nombre, las muchachas bonitas dependientes, las que despachaban en la tienda y las que pesaban los productos, todas, fueron educadas y amables conmigo que agradezco hasta ahora, había un niño ahí que era hijo de don Herminio Ruiz. Pepe que estaba enfermito de síndrome de Down a quien yo a veces cuando tenía chance jugaba con él, tratando de entretenerlo y eso; Don Herminio le gustó mucho y me llamó a su oficina en donde ni siquiera sus hijas y esposa no tenían acceso, ya que ahí estaba el dinero en las grandes cajas fuertes se guardaba toda la pachocha de las ventas tal vez millonarias, porque en el puerto de aquel tiempo, no había otra tienda así de grande y bien surtida como El Surtidor. Don Herminio me llegó a estimar tal vez, porque tuvo hijas mas no hijos pues pepe estaba malito, y pienso que me miraba como si fuera su hijo, Don Herminio tenía un acento raro al hablar, pronunciaba palabras como hablan los cubanos, él era un hombre robusto y muy moreno como los cubanos, imagino que de ahí provino o nació el sobrenombre de “Catola” en vez de decir cotorra. El dueño de la gran tienda El Surtidor, después en poco tiempo que yo llegué ahí, se sintió muy mal y la tienda como por arte de magia se fue para abajo, nos despidieron a Catalino originario de Santiago Astata que también ahí estábamos trabajando en la bodega que está en el domicilio particular de don Herminio en el barrio Espinal frente a la academia Zárate, nos fuimos de ahí y comenzó mi viacrucis, en ninguna parte pude conseguir trabajo por más que busqué no tuve suerte, me entró una gran desesperación al no tener ni para comer una tortilla con sal. Esa fue la peor época de mi vida en la que sufrí por hambre, todo el día me la pasaba buscando y con el malestar en la panza por el hambre, me daba pena pedirle un taco a la tía porque yo no aportaba ni un clavo, mis pies dentro de los zapatos saboreaban el sabor de un chicle cada vez que yo pisaba uno, con la suela agujerada por eso sin que me lo tomen a mal, Salina Cruz no me gusta, ni me trae buenos recuerdos por esa época de “vacas flacas”, me iba al muelle a fayuquear (buscar ayudar para que me regalaran un poquito de pescado o camarón) al muelle de puertos libres mexicanos que estaba muy bien vigilado por personal de la aduana, ahí me pasaba todo el día buscando alguna oportunidad para hacer trabajos en un barquito pesquero que arribara al puerto, a lavar la cocina, todos los trastes, a ayudar a algún tripulante recién llegado al puerto que necesitara ayuda, como el marinero harto de navegar y quiere dejar la embarcación, llegar a su casa para ver a su familia y descansar y sentía la urgencia, el apuro de guardar las herramientas que se usa en el viaje. A veces un barco necesitaba pintarse y ahí estaba la oportunidad de hacerse de unos centavos que caían de maravillas, o algún tripulante motorista que necesitaba ayuda para lavar la cetina, el fondo del barco, o bajar alguna pieza que necesitaba repararse como una bomba, alternador, el winchero engrasaba en el muelle la máquina que jalaba toneladas de peso, unas ruedas de fierro que adujaban los cables de acero que sacaban las grandes y pesadas tablas con cadenas de lastre y los dos chinchorros que se arrastraban al fondo del mar. Eran cosas tan desconocidas para mí que venía de una nación en el monte como un cerrero que solo sabía pegarle carga a los animales que viajaban a los pueblos de la sierra, que conocía el machete, el hacha, el punzón, el bule para llevar agua, los fustes de las bestias, el hacha para tirar o cortar árboles y hacer leña, esas cosas de los campesinos que están lejos de las actividades de los marineros. Cada vez, cada día que pasaba era más difícil colocarme en un trabajo bueno, bien remunerado y que fuera de buena categoría. Con la necesidad de encontrar quien me pudiera conseguir o apoyar para tener alguna chamba, pensaba en mis tíos; los pensaba a cada rato, sus nombres y los de los paisanos de san Pedro Huamelula que estaban bien colocados en el barco, más; porque escuchaba cuando decían que un pesquero ganaba mucho dinero, lo escuché muchas veces, me daba pena ir en busca de cualquiera de ellos porque no los conocía bien, solo los veía cuando llegaban al pueblo a pesar que eran considerados por mis padres como familia. Algunas personas que conocían mi situación me decían una y otra vez, me insistían para que fuera a verlos y pedirles que me ayudaran porque una de esas personas que me nombraban, era medio hermano de mi padre, pero no andaba bien la cosa ya que mi padre no la llevaba bien con Manuel Zárate Molina que era hijo de Reynolds Zárate el famoso maestro de música padre de mi padre, esa mala situación echaba para abajo la intención de pedirle ayuda para que me diera chance de irme de marinero, de “pavo” le llamaban así a ese tripulante que viajaba de polizonte, el “pavo” iba como un marino registrado en la nómina porque no pertenecía al gremio, al que enlistan los considerados marinos con carta de mar, un documento que les otorgaba la secretaría de marina por haber “tomado estudios o cursos” como un diploma. Andando en esas ideas de la búsqueda de oportunidad para embarcarme, al fin se dio lo que al principio fue la idea de mi madre, el de seguir estudiando algo. Se abrieron las inscripciones y lograron inscribirme en la Escuela de Capacitación de la Secretaría de Marina en el Dique seco número 8, en esa escuela, al interior de las instalaciones del dique, se preparaban los jóvenes a nivel secundaria y preparatoria dándoles cursos también de oficios o profesiones como: tubería, electricidad, soldadura de diferentes tipos, para buzos, también soldadura eléctrica, autógena, mecánica de combustión interna de gasolina o diesel, pailería, técnicos marítimos etc. o sea; que todas esas materias, oficios o enseñanzas las daban para todos los que ahí se enlistaban como alumnos. En algunos cursos, algunos que proveníamos del campo, teníamos dificultades por el dominio o desconocimiento total de las actividades marítimas, las fuimos agarrando paso a paso, poco a poco, ya había pasado dos meses tomando clases en la escuela cuando nos informaron los dirigentes o directivos, que la Secretaría de Marina ya no tenía presupuesto para seguir ofreciendo o dando enseñanzas en la escuela a los que ahí estábamos. ¡¡Que desgracia!!
Pensé en mi madre María Escamilla Robles que con toda ilusión me “secuestró” para librarme de mi padre para ser un hombre y para no trabajar en jornadas duras en el campo, para que no arriara animales oliendo pedos de burro por esos caminos de Dios. Se acabaron mis ilusiones, ya no pensé otra cosa más, que ir a casa de mi tío Manuel Zárate Molina que vivía en la cerrada de la calle Virgilio Uribe en la colonia Guadalupe para suplicarle que me recomendara ahí en donde andaba embarcado. Afortunadamente él estaba en tierra, había llegado a puerto y se disponía a hacer comprar para el abastecimiento de víveres de alimentos para la cocina y la tripulación ya que él estaba embarcado como cocinero. Cuando le pedí que me ayudara me contestó, “está bien sobrino, ve a la casa donde vives y alista unos tres o cuatro pantalones usados, si tienes pantalones cortos será mejor porque en el trabajo del barco es muy sucio y todo es con agua de sal, agua del mar, el agua del mar está salada y la ropa se queda tiesa, uno tiene que lavar los trastes con agua del mar igualmente cuando uno se baña, solo uno se enjuaga tantito con agua dulce, el agua dulce que llevan los tanques en el barco sirve para los alimentos y el motor del barco, trae también trusas, camisas, unas revistas si te gusta leer para que no te aburras ya que el barco navega quince días, solo cuando se descompone el motor o alguna pieza, o hay mal tiempo o algún tripulante se pone mal el barco regresa a fondearse al antepuerto, ahora ya sabes, otra cosa; el trabajo es rudo y difícil porque también es peligroso si alguien cae al mar, en el barco no hay sanitario, nos hacemos en el mar, nomás uno pone el fundillo afuera de la borda, se amarra la cintura con un cabo y ahí hace sus necesidades, se duerme muy poquito cuando hay mucho producto, ya sea; camarón café, cristal, azul,, botalón en fin, te lo estoy diciendo claro para que no vayas a pensar que ahí salimos a pasear como dice la canción que en el mar la vida es más sabrosa, si tienes novia, mejor no tengas porque vas a llorar quince días y solo dos estamos en tierra, en lo que lavan la ropa de todos nosotros en las casas y cargan de nuevo el barco de hielo, de agua, de diésel, de alimentos, se checa bien los tangones, si el barco no hace agua, si hace, se queda otros dos días para que lo calafateen, pero si está todo bien, salimos al tercer o cuarto día según también el número de barcos que están formados para la descarga de los productos que cada uno trae del mar“.
“Te digo también que tú no tendrás un sueldo ya que tú viajarás a escondidas de la secretaría de marina quien es el que otorga los permisos de salida y revisan los barcos que salen a alta mar para que no lleven chamacos y sea un riesgo que comprometa al capitán del barco y a la capitanía del puerto“.
Me dieron ganas de preguntarle como cuánto más o menos sacaba o le daban de dinero a alguien que como yo se iba a embarcar sin contrato y sin tener ninguna garantía por su seguridad, pero no lo hice porque no creí que fuera correcto, además; apenas estaba intentando tener un trabajo bueno y pensé que me dieran lo que fuera de dinero, total; no tenía nada y algo es algo pensé.
Los pesqueros, más bien; pescadores con embarcaciones pesqueras camaroneras, tenían en aquellos tiempos de bonanza mucha fama, la de ganar bastante dinero y que algunos, la gente contaba que se daban el lujo de alardear sobre todo; cuando comenzaban a beber en las cantinas de mala muerte que en esos tiempos abundaban en los puertos tal vez porque había muchos embarcados descocados, habían en esos antros, mujeres medio vestidas enseñando todo hasta las caries, con esa forma de vestir, conchababan a sus clientes marineros que ansiosos de saciar sus bajos instintos sexuales, pagaban fácilmente lo que las suripantas pedían sentadas en las piernas de los marinos pescadores escuchando al máximo nivel de volumen de la Rockola que las mismas mujeres le ponían al aparato después que el hombre ya muy tomado les daba dinero para ponerle que algunos como dije, mandaban cerrar las cantinas para sentirse poderosos, ricos e importantes. Algo de esos pensamientos cruzaban por mi mente, el de ganar dinero que tanto hacía falta en la casa de mi madre en mi pueblo, también en casa de mis tíos quienes me dieron de comer y me brindaron su casa, también para comprarme ropa, calzados, imaginaba vestir unos pantalones acampanados de marca Topeka que estaban de moda, vestir unas camisas tipo guayabera marca Bacará o Lemon, llevar colgado en mi pecho un torzal grueso de oro puro con un ancla grande que brillara, llevar en mi muñeca una pulsera de oro de 24 quilates con la figura de un caimán y dos anillos anchos de oro en mis dedos de la mano el anular y el medio luciendo como los marineros pesqueros socios de las importantes pesqueras del puerto de Salina Cruz, claro, como ni en sueños lo tuve, ahora los pensamientos me embriagaban. Mis tíos en donde vivía, se emocionaron mucho cuando les dije que me iba embarcar, ellos también imaginaron que ya iba a volverme rico o tener muy buena posición económica siendo todavía un chamaco y me daban un montón de recomendaciones de cómo comportarme, de cómo trabajar obedeciendo y respetando a quienes fueran en la misma embarcación. Me pusieron la ropa vieja que tenía, unas sandalias igual de viejas que ni eran mías, me compraron varias bolsas de sal que servirían ya estando en la pesca para abrir los pescados, salarlos y secarlos al sol para luego traer a casa y para mandar a mi madre. Pensaban ir a hablar con mi tío Manuel Zárate Molina para hacerle recomendaciones que fuera duro conmigo para que yo obedeciera y me condujera en la embarcación con rectitud, pero no lo hicieron y eso me gustó porque al fin que yo ya estaba grandecito y me iba a sentir apenado. Yo también estaba emocionado al saber que el siguiente día saldría al mar abierto, al océano con el barco que todavía no conocía como era, aunque también tenía mucho temor a lo que desconocía, primeramente, el mar embravecido, luego, las actividades, qué tipo de trabajo hacían, aunque de sobra sabía que era un barco pesquero, pero ignoraba como eran las actividades dentro de la embarcación. Ahora ¿qué era lo que se hacía mientras?, Me tuve que ir al mercado en el centro de Salina Cruz para ayudar a mi tío que estaba embarcado en el puesto o categoría de cocinero y era él quien hacía las compras de abastos como son: las verduras, carnes, abarrotes, frijol, arroz, azúcar, aceite, sal, y un sinfín de productos para la alimentación, un abasto que aguantara quince días, tiempo que duraba el viaje dentro del mar, además de estar atento mi tío en el muelle de que los tanques grandes del barco que llenaban de agua dulce y limpia estuvieran completamente llenos, y también los tanques que llenaban de diésel, y que la bodega la llenaran hasta el tope de hielo porque esos barcos eran viejos no usaban refrigeración.
Recuerdo que me compre con el dinero que me dio la tía, unas revistas de Kalimán el Hombre Increíble que en ese tiempo todos, hombres, mujeres, niños y adultos, leían esos comics de aventuras, también una de lágrimas y risas y el libro vaquero que contenían aventuras de western, de pistoleros que mordían el polvo cuando el sheriff del condado ponía a buen recaudo a los bandidos del lejano oeste.
Al siguiente día llegué muy puntual al muelle en donde me citaron, ahí estaba atracado el Rio Jano, un barquito viejo de madera que a leguas se le notaba que ya había dado casi todo por infinidades de años de la navegación, yo llevaba una bolsa de manta de los que contuvo azúcar, ahí estaba adentro de la bolsa mis esperanzas, mi fe y mis pertenencias como el cepillo dental, sandalias, ropa, y lo que ya antes he mencionado. Subí a la embarcación sin ver ni analizar si estaba viejo o bonito, nada que criticar ni hablar nada porque yo estaba más preocupado en que nada sabía del barco ni del mar, estaba sumido en completa ignorancia y eso me hacía sentirme como tonto. El tío Manuel llegó con su estilo muy particular, único, su modo de hablar, su vocecita muy delgada como casi un niño, un chaparrito de piernas muy cortas pero muy conocedor de lo que hacía dentro de la embarcación porque tenía muchos años de marinero pesquero, me dijo: sobrino, mira; aquí en este mueble, están las ollas, sartenes, vasos grandes y peroles que sirven para hacer caldo o guisados, los platos están dentro de esas ollas grandes, las cucharas todas están en tal cosa, saca un perol grande, llénala de agua y ponlo encima de la estufa, enciéndela y que se vaya calentando para que pongamos a cocer frijoles, mientras se calienta el agua, ve espulgando o limpiando la bolsa de frijoles que está en ese mueble de las despensas, ahí encima de la mesa, nada más ten cuidado con la turbina que está en la esquina de la mesa no te vaya a jalar tus pelos, un tuvo ancho que succionaba bastante aire para enfriar la máquina del barco y que si uno traía puesto una cachucha o cualquier cosa, lo chupaba con tanta fuerza. Me puse a limpiar los frijoles bayos sobre la mesita donde cabían escasamente 5 personas acomodadas a la hora de sentarse a comer porque todo era reducido ya que la embarcación era muy pequeña y antigua que a cada movimiento del agua de donde estaba atracada en el muelle, le sonaba todos los fierros y tangones. Antes de terminar de limpiar los frijoles mi tío comenzó a darme instrucciones, primero; que deberé esconderme en el cuarto de máquina del barco para que los vigilantes de “Puertos Libres Mexicanos” que estaban en el muelle de salida no notaran mi presencia ya que yo en ese momento me convertía en polizonte, un tripulante sin permiso para navegar, así lo hacían todos los capitanes que llevaban “pavos”, entonces, ahora ya sabía que yo era un pavo, un tripulante que apoyaba a todos los que viajaban dentro de la misma embarcación, al patrón o Capitán, al motorista, al winchero, al marinero y al cocinero, pues el tío del pavo de ahora era el cocinero y era quien solicitaba más el apoyo, para lavar los trastes apenas saliendo del antepuerto, para amarrar, asegurar y cuidar las ollas que estaban encima de la estufa y que al vaivén del barquito, comenzaba a moverse y la estufa chillaba ruidosamente porque se estaba tirando el agua de la olla, me llamaba a cada rato, entonces pensé, más bien, el cocinero es entonces quien le pagará o apoyará al pavo económicamente al término del viaje ya que él era quien más me requería. Afuera en la popa, estaban los otros tripulantes como el marinero, y el winchero, ellos; revisaban meticulosamente el equipo de pesca como son: los chinchorros o redes, las tablas lastres, las que van hasta el fondo y se arrastran, en esas tablas están amarrados los chinchorros que son dos, se colocan uno a cada lado de la embarcación babor y estribor, la embarcación desde que sale del puerto para pescar no deja de navegar o correr con el motor de marca Cumins o Caterpillar hasta el regreso. Los dos tripulantes el marinero y el winchero, son responsables de mantener las herramientas de trabajo listas, igual que los cabos, checan muy bien los tangones, el mástil, el ancla, las cadenas de lastre mientras el motorista se mete debajo de la embarcación en donde está asentada la gran máquina ruidosa, le checa los niveles de aceite, la bomba de achique la que desazolva el fondo de la embarcación, el alternador, los embragues del alternador y bomba, la cadena de mando de la propela. El capitán está atento de la radio de banda civil que tiene gran alcance y escucha los pronósticos del tiempo desde el puerto de Long Beach California, pone atención a los capitanes de otras embarcaciones pesqueras que se comunican informando en donde están, en que sitio, sus coordenadas, los puntos de la costa, cada lugar es reportado por esos “patrones” que tienen los micrófonos de los radios “banda civil” en la mano, que algunas veces, se dirigen a su interlocutor con claves para que no les entiendan sus comentarios, a veces son muy celosos, mucho más cuando se encuentran la mancha de camarones debajo del agua y no quieren hacer saber cuánto están pescando, ni dicen el lugar para que las otras embarcaciones no lleguen al sitio y tratan de aprovechar su buena suerte si así se puede decir, el capitán también debe saber o conocer perfectamente la carta de mar, trazar los rumbos marítimos por millas y por kilómetros, debe saber manejar la Zonda para medir la profundidad en los lugares muy conocidos y estar checando a cada rato echando al mar el “changuito”, un pequeño equipo de pesca adicional que está instalado en la popa, la que meten hasta el fondo tirado por un cable de acero como los equipos de redes grandes que se arrastran para levantar en el fondo todo lo que tope, ya sea peces chicos, grandes, tortugas marinas, tiburones, cucarachas, pescado cabra, cabrilla, cherna, mero, lenguado, langostas, caracoles de diferentes tipos, caracol burro o el colorado, estrellas de mar, erizos, cardúmenes de pescado macarela, o bagre que se atoran en las redes, culebras o peces anguila, caballitos de mar, sargazo, “malagua”, “gatas”, lobos de mar, y muchos más seres que están al paso del equipo de pesca y caen en ellos y vienen a dar al fin de las redes que es una gran bolsa en donde se quedan atrapados, esa bolsa está cubierta completamente de material filástica, son hilos, filástica de poliéster o plástico de colores que amarran y cubran alrededor del bolso para que los tiburones de todas las especies y tamaños no lo muerdan, ya que esos animales les llama la atención la gran cantidad de peces atrapados ahí.
Cuando estuvo listo todo, el capitán fue por la guía, el papel documento que da la capitanía de puerto que es el permiso para navegar en aguas nacionales.
Maestro “chispa” gritó el capitán el “viejo palique” enciende motor y vámonos y que Dios nos ayude exclamó con fuerza y alegría el patrón del barco, mi tío de inmediato me dijo: métete en el cuarto de máquinas pegado al tanque de agua para que no te vean, ya vamos a salir de puerto. Era la primera vez que yo estaba arriba de una embarcación para salir a mar abierto y estaba a punto de convertirme en un marino, me puse algo nervioso porque también había escuchado algunas conversaciones de las gentes que algunas embarcaciones se fueron a pique por fallas, por descuido de algún tripulante que estaba en el timón, o que caían por descuido y ya no los encontraban. Pensé en mis padres, amigos, mi pueblo, mi futuro, y me encomendé en silencio a Dios Todopoderoso que no pasara nada malo en el viaje. De repente, escuchó ahí adentro del cuarto de máquinas, un estruendo donde yo estaba, fue un ruido ensordecedor que hacía vibrar toda la pequeña embarcación, sentía que el barquito pesquero se movía pero yo no veía absolutamente nada de afuera, solo estaba mirando al anciano motorista que estaba fumando un cigarro que despedía un fuerte olor a mariguana, el motorista se la estaba tronando, después de darle sus grandes exhaladas de humo a su cigarro grandote, abrió un locker, un mueble de lámina en donde tenía sus pertenecías, sus cosas personales, sacó una bolsa de polietileno o naylo y guardó el sobrante de ese chorizo de hierba seca y dejó un apestadero ahí en ese espacio de donde estaba andando la gran máquina Cumins. El tío Manuel me habló desde la entrada del cuarto de máquinas “-ya puedes salir- “. Salí justo cuando estábamos frente al antepuerto o sea saliendo del muelle de puertos libres mexicanos. El winchero y el marinero, Reynaldo (Rey) era el winchero, el marinero era Javier el yerno o hijastro no recuerdo bien del capitán el viejo palique que le apodaban “cara de hacha”, era un hombre entre maduro y joven, de un físico muy fuerte, tenía marcado en sus pectorales la musculatura en señal que hacía ejercicio o trabajaba mucho levantando cosas pesadas. Ellos, los tripulantes; pertenecían a una sociedad pesquera que tenía por nombre Bahía la Ventosa, esa sociedad pesquera acababa de conjuntarse y aparecer en escaso un año tal vez, eso jamás lo supe, porque creo que no era tan interesante saberlo, sin embargo se escribe parte de mi historia como un pescador más que se unía a este grupo sin pertenecer a la sociedad pero que con el trabajo, me unía al desarrollo de la misma por la cual me sentí orgulloso en ese tiempo y hasta ahora recuerdo a muchos de sus integrantes que aunque no fuimos compañeros de embarcación, fuimos conocidos como todos los hermanos que viajan en alta mar.
El Marinero y el winchero comenzaron a bajar los tangones hasta casi pegarse a la cubierta, eran unos tubos gruesos y largos de fierro que hacen nivelar el barquito y para que las grandes marejadas no volteen la embarcación, esa maniobra lo hacían en todas las navíos pesqueros, como dije; para que la embarcación no se ladeara más hacia un lado y se pudiera navegar con una embarcación nivelada, mientras el cocinero preparaba una comida rápida para todos, se puso a moler jitomates con ajo, cebolla, chiles en la licuadora, preparó una salsa en el que le puso pedazos de chicharrón de puerco, rápidamente me puso a calentar tortillas, y a preparar el agua de naranja, mientras los tripulantes se sientan a la mesita para comer, el motorista toma el timón con las indicaciones previas del capitán del rumbo que debe seguir mirando la brújula o también llamado compás saliendo del puerto y tomando ruta hacia el sureste a 135 grados después de una hora de navegación cerca de la costa, cambió el timonel a 75 grados rumbo a Chiapas, por esos rumbos navegaban los barcos que salían de Salina Cruz porque decían que había bastante producto de camarón que es lo que persiguen los pescadores de barco pesquero. Al terminar de comer abundantemente porque así se acostumbra en el barco, siempre el cocinero sirve a veces demasiado, la tripulación vuelve a las actividades remendando redes, calibrando las tablas y las cadenas de lastre, ordenando la bodega y acomodando el hielo, y después, se sientan en la borda contando sus penas a platicar contemplando el mar, y hablando de los viajes con fulano o zutano y las anécdotas en la vida del mar.
Al caer la tarde ya íbamos con rumbo a la Barra de Tonalá Chiapas, de repente, el mar se veía muy tranquilo sin que las aguas levantara una pequeña ola, se comenzó a formar unos oleajes por los apacibles vientos suaves del sur, se veía las olas como cerros a la distancia y se iba transformando esos cerro de agua algo así como un columpio uno tras otro, uno tras otro, y cuando llegaba a nuestra embarcación, ésta; se iba hasta arriba en la cumbre del inmenso cerro de agua, y así una y otra vez, una y otra vez, muchas veces. Comencé a sentir cosas raras en mi cuerpo, empecé a sudar frio como cuando alguna vez sentimos que nos baja la presión arterial, sentía mucho asco, repetía la cebolla de la comida del chicharrón que acabamos de comer, también recordé de inmediato cuando estaba cortando la cebolla para echarlo a la cacerola con la salsa, sentí que mi cuerpo estaba frío o tenía escalofrío, alguien me dijo que yo estaba pálido, muy pálido, claro que se lo creí porque sentía morirme. Cuando le confié a mi tío que sentía todos esos malestares, te estás mareando me dijo; eso es el mareo que a muchos les pasa, y siempre les sucede lo mismo cada inicio del viaje aunque ya hayan viajado en varias ocasiones, su cuerpo se va acostumbrando al movimiento del mar muy lentamente, trata de aguantar, ve a la popa o sea allá atrás del barco, agárrate del pedazo de cabo que está amarrado en la escalera que va al mástil, o amárrate para que estés más seguro y vomita, vomita todo lo que comiste, porque si no lo haces, te seguirá ese malestar. Muchos novatos que se embarcan no aguantan, algunos sufren varios días de mareos, y si al tercer día no se ponen bien, el capitán lo regresa con el barco que ya vuelve al puerto. Yo lamenté que mi organismo que tenía no supo digerir ese viento apacible que movía el barquito muy suavemente pero que hacía un gran efecto de malestar al grado de sentir la muerte. Ve acuéstate en una de las literas donde hay varias, ya más tarde te asignarán la tuya, una de esas literas es la que me toca, acuéstate y trata de descansar y se te va a quitar, ten; agarra, es alcohol, úntate en el cerebro, ojalá que eso no siga porque si no te para el mareo, el capitán hablará por la radio y preguntará que barco regresa a puerto y te llevará de vuelta. Yo sentí impotencia y molestia conmigo mismo ya que estaba tan ilusionado de embarcarme y ganar unos pesos y ahora que está la oportunidad, me está sucediendo esto. Cuántos chavos del puerto que están jodidos sin chamba desearían estar embarcados como ahora estoy y seguramente no les pasaría esto que me está pasando. Yo no deseaba regresar al puerto, aunque estuviera sintiendo la muerte, pero eso era solo de pensamiento porque la realidad era otra, yo me sentía realmente muy mal. Alguien de la tripulación cuando se dio cuenta que yo estaba todo pálido me dijo; me vio que yo era un novato en eso de la navegación me dijo: corre a la proa chavalón, ahí está el ancla, muérdelo fuerte y se te va a quitar el mareo, el ancla como es fierro, uuy, al morderlo, rápidamente se te desaparecerá el malestar, mi tío el cocinero escuchó eso y me dijo para defenderme; no vayas, te está vacilando, déjame ver quién de los compañeros trae una pastilla contra el mareo y ahorita te la doy para que te la tomes, se fue hacia donde estaban las literas y volvió pronto, Chihuahua! nadie trae una pastilla, yo iba a comprar unas pensando que a lo mejor te marearías ya que la mayoría de los que se embarcan se marean mucho más que como tú estás sintiendo. Era un malestar físico de asco que mi estómago estaba como si no hubiera digerido lo que había comido y ahí estaba una sensación de mucho asco y más asco, y sudaba frío. Pasaron 24 horas aproximadamente, se me quitó ese malestar y ya comencé a integrarme a las actividades de la tripulación.
Yo el pavo estaba atento a cualquier llamado y había que aprender rápido y tener mucho cuidado en los movimientos encima de la cubierta ya que cualquier descuido, podría caer al agua. El capitán palique que les juro que jamás supe su nombre, me llamó estando en la caseta del timón o también le llamaban la rueda, el mando, me dijo; mira chamaco, esta rueda es el volante del barco en el que si le das vuelta, va, para el lugar que quieras, el barco girará por ese lado, no se trata de darle vueltas nomás porque quieres jugar, se le da vuelta para enderezar la navegación en caso que el barco se está desviando de la ruta que yo haya trazado, giras un poquito hacia el lado en donde te marca la brújula, a este aparato se le hace caso y pues es un tantito se le gira. Ahorita que estamos navegando rumbo al soconusco, pasaremos por la Barra de Tonalá, y más delante de la Barra tiraremos el equipo que está en la cubierta, en la popa, me acaban de informar por la radio banda civil que ahí hay algunos barcos pescando bastante producto que es camarón café, este camarón se pesca de día, a 40 brazas de profundidad, el camarón cristal, se encuentra a 75 brazas aproximadamente y se pesca de noche, para eso; se tiene que encender este aparato, que se llama Zonda que nos indicará la profundidad en la que se encuentra la embarcación, el camarón azul, se pesca a 8 0 10 brazas a veces hasta a 6 brazas enfrente de puerto Arista que está mucho más adelante y puerto San Benito está casi al último, nosotros navegaremos hasta el río Suchiate y hasta ahí nada más porque ya sigue las aguas internacionales, sigue Guatemala, este barco no tiene ningún permiso para entrar a esas aguas, además; hay barcos guardacostas y dragaminas de la Armada de México, que pertenecen a la secretaría de Marina que con magnavoces avisan a los tripulantes de la embarcación que está acercándose al límite de México con Guatemala, y si no hacen caso los del barco pesquero se acercan los guardacostas y advierten el peligro que hay al cruzar el límite de otro país.
Ahí me quedé en el timón tomando la rueda con fuerza y apoyándome en unos mecates de vinil que están sujetados uno a cada lado y tienen una asidera que se mete en una de los manerales del timón para que descanse el brazo y las manos que agarran el timón. Ahí estuve parado 4 horas, porque las guardias en la rueda son exactamente de ese tiempo con excepción de algo extraordinario como cuando hay demasiado producto de pesca como aquellos tiempos, mientras los tripulantes trabajan en la popa después de haber sacado los equipos del mar, cada uno, agarra un banquito de madera, que ahí hay varios y se acomoda, toma una rasqueta, una herramienta que no es más que un palo como de 40 o 45 centímetros que al final del palo tiene una tablita clavada y con eso, se jala del montón de todo los que levantó el equipo de pesca en el fondo del mar y lo depositó en la cubierta en el que hay de muchas variedades lo que nunca vi, que son; miles y miles de pescados de todo tipo como son; berrugatas, pámpano, chopa, pargo, guachinango, pez diablo, caballitos de mar, jaibas, pez anguila, pez águila, mantarrayas, tortugas marinas, macarelas, chigüil o bagre, chabelitas, caracoles de varios tipos, lo más conocidos son el chino y burros, roncador, cangrejos, malagua que es una bola gelatinosa como silicón que pica al cuerpo con solo al contacto, a veces los chinchorros salen llenísimos de esa gelatina que pesa toneladas y que apenas lo levanta con dificultad el winche y sacuden el chinchorro con fuerza con las manos, no sin antes protegerse con impermeables, botas de hule y guantes también de hule, de esos que usan las amas de casa en la cocina, lógicamente que también viene entre todo esos montones de peces ya muertos que es una lástima tirar tantos peces muertos al mar, entre todo ese montón, hay camarones casi del mismo tamaño. Todos que los pescadores sentados en sus banquitos de madera los jalan con su rasqueta y los meten a los canastos de fierro, a propósito, usan estos canastos para que los camarones no se malluguen o se maltraten.
Es maravilloso e increíble el mundo del mar ya que quien se embarca por vez primera como yo en esa ocasión, escucha las historias de los marineros viejos, de esos viejos lobos del mar, de los eventos de huracanes, ciclones, lluvias, lugares misteriosos, animales que aparecen en los chinchorros y que vienen del fondo del mar, como un pez que le llaman Gata, un animal sin escamas, muy grande que algunos pesarán 300 kilos o más, la gata, es un pez que no se ve como la figura de un pez, más bien se parece a un mamífero de tierra sin escamas y su cuerpo adiposo, resbaloso que para regresarlo al mar, cuesta mucho trabajo porque no se le haya en donde sujetarlo con firmeza ya que su cuerpo al menor movimiento que hace, se escapa de las manos y del cabo en cualquier parte en donde se le amarre para sujetarlo.
Casi todos los pescadores de ese tiempo cuando yo me embarqué eran de Ciudad del Carmen Campeche, creo que por eso instituyeron como la patrona de los pescadores a la Virgen del Carmen que celebran el 18 de julio. Estos señores pescadores que aún quedaban, la mayoría de ellos eran de edad avanzada que en el trabajo del barco, se la sabían de todas en cuanto la pesca, en su lenguaje; tenían una forma peculiar al hablar, con palabras que en el puerto chunco, así les decían a los pescadores de Salina Cruz, no lo utilizaban, estoy seguro que los chuncos, no conocían el significado de algunas palabras pero este lenguaje se les escuchaba muy bonito, eran también personas muy agradables, muy sociables y se prestaban a todo como hermanos, al recordarlos, también recuerdo con agrado una canción ranchera del autor Paulino Vargas y cantado con su grupo norteño con el acordeón, Los Broncos de Reynosa que se intitula Pescadores de Ensenada, este tema me gusta y me llega al alma ya que el compositor describe con algunos detalles las actividades de los pescadores de alta mar y de los lugares que dice: añorando a Guaymas, al Cabo San Lucas, La Paz. Manzanillo, también Mazatlán, puertos de Acapulco y Salina Cruz. Yo siempre recuerdo del faro su luz.
El faro, siempre hay faros en los puertos, algunos chicos, otros, grandes, muy grandes, que sirven para orientar al navegante, esos faros son una señal, avisan algo, los marineros lo saben, saliendo del puerto hacia alta mar, estos aparatos siempre estarán ubicados en lugares estratégicos, como los faros de estación, ahí están alumbrando con los colores verde y rojo encima de un arrecife o a veces en una boya, en algo fondeado en el mar y que flota para ser visto por los que conducen las embarcaciones, al igual que en las embarcaciones, tienen sus luce de estación verde y rojo uno en cada lado, en la izquierda el rojo y en la derecha el verde. Los faros que existen casi siempre son recordados por los marinos porque hay unos que tienen un buen brillo que el marino realiza sus sueños con el pensamiento en las noches tranquilas o de lluvia. Cuántos faros tienen sus hermosos recuerdos como el del puerto de Mazatlán que está en un lugar muy alto y el faro se ve impresionante.
Pescando en el océano pacifico en el sur de México, en un barquito de madera muy viejito, luego uno se minimiza al tener a la vista otro pesquero pero moderno y nuevo como los que comenzaron a salir en los setenta y tres que llegaron de Veracruz o no sé de donde, los barco de financiamiento Banpesca, eran grandes, amplios, con motor de marca Caterpillar que son de más potencia que los de marca Cumins como el que traía el barquito donde yo andaba, había otros, que también eran de madera y traían bodega para hielo que fueron construidos en el varadero San Juan que estaba en el segundo muelle de Puertos Libres mexicanos muy cerca de la congeladora San Juan. Estos barcos pesqueros fueron mandados a hacer por empresas extranjeras como el barco Toyloca I y II y otros que tenían sus nombres en la parte delantera de la embarcación de color azul y el barco pintado de blanco, traían en la proa el agujero del ancla que colgaba dos eslabones de cadena por fuera. Uno decía muchas cosas en silencio deseando un día embarcarse en uno de esos.
El viaje en alta mar duró justo quince días y yo, ya había aprendido varias cosas, actividades que se practican adentro de la embarcación, como subir rápidamente en los tangones con rapidez para meter el gancho haciendo maniobras para destrabar las tablas que van pegadas a las redes que no cualquiera lo puede hacer mucho más si están excedidos de peso o en otras, no tienen el valor ya que si uno cae al agua con el barco en movimiento puede ser peligroso tanto como lastimarse o que un tiburón que luego estaban a un lado de la embarcación esperando los peces muertos que se avientan al mar porque nadie los necesita. También aprendí a medir las porciones de los insumos y especias que se le pone a las comidas para sazonarlas y que se preparan ahí en el barco en breve tiempo ya que el cocinero también hace trabajos en la cubierta como toda la tripulación, al igual que estando corriendo el barco, el que llevaba el timón, le dieron indicaciones que bajara la velocidad y que diera vuelta para agarrar la mancha de camarones gigantes, bajó la velocidad pero al dar la vuelta, la corriente del mar aceleró el giro de la embarcación vieja y las redes se metieron a la propela, es la rueda de bronce a acero con aspas que gira a través de la máquina, quedando enredada con el chinchorro la propela que dejó de girar, el barco quedó a la deriva, entonces, el viejo capitán Palique dio indicaciones a otro marino y a mí; que nos metiéramos al agua para cortar el chinchorro enredado, nos metimos con un cuchillo muy filoso porque las redes son de un material de hilo muy resistente y duro.
Fue difícil y riesgoso ese trabajo que hicimos, pero aprendí algo muy importante de la actividad como tripulante, esto se debió en gran parte, porque salimos bien librados, el barco y los que nos metimos a bucear sin equipo ya que yo era un chamaco muy delgado como fideo y aventado como cuando uno come frijoles, eso me favoreció mucho.
En el transcurso del viaje pescando el producto más deseado que es el camarón gigante, el camarón azul, el café y el cristal se juntaron en ese viaje dos toneladas del valioso producto cristal y café, de el azul, se pescaron un aproximado de setecientos kilos, lo menciono porque el dinero que le toca al pavo que era yo, consistía en juntar productos de alta valía, más bien que se podía vender a buen precio al comprador, pero como menciono que el barco era muy chico y los productos se conservaban en el hielo, era lógico que el camarón era de más prioridad para guardar y lo demás, hasta el último si es que había espacio y hielo.
Mañosamente y en complicidad con los tripulantes menos el capitán, estuve guardando langostas, cucarachas, lenguado, caracoles “burro” y del “chino”, pescados cherna, cabra, mero, pargo, y pámpano ya que el capitán nunca se metió a la bodega pues estaba grande de edad y tenía dificultad para caminar y sostenerse dentro del barco. Fueron los últimos escasos seis días antes de terminar el viaje, el capitán Palique, les dijo a los tripulantes que guardaran pescado elegido para que el pavo vendiera llegando a puerto y ese dinero era destinado exclusivamente para él, y además, los tripulantes podrían también elegir lo que quisieran para llevar a sus casas. Así era la costumbre de cada viaje en todos los barcos pesqueros que tenían un pavo, también entre otras cosas el tío me confió que cada marinero o tripulante de nuestro barco, al cobrar en la cooperativa después de la descarga de los productos pescados, se iban a encargar de darme lo que consideraban yo me pude ganar sirviéndoles en el viaje, y había algo más que me llenó de gusto cuando el tío Manuel me dijo que el camarón botalón que es un de más baja calidad, también se vende y se reparte a todos en partes iguales.
Íbamos corriendo de regreso como se dice rumbo al puerto de Salina Cruz y yo, venía haciéndome ideas, imaginando cuanto me iba a tocar o cuánto dinero iba a sacar en este viaje, aunque era la primera vez que viajaba y la primera vez que iba a tocar vender los productos, como que me ilusionaba y hacía cálculos de la repartición. Antes de entrar a puerto el capitán Palique indicó que se navegara y se pescara enfrente del puerto como a 70 brazas de profundidad y hacer los últimos días, los intentos buscado camarón café gigante, lo que equivale algunas horas de carrera del barco por su lentitud del motor viejo.
En cuanto llegamos a ese fondo de las 70 brazas, echaron al fondo las redes y como en todo el viaje y el sistema es lo mismo en el tiempo de arrastre, cuatro horas arrastrando, la tripulación comenzó a trabajar, se escucharon los fuertes chirridos que tenían problemas para alzar el equipo de pesca, se retorcían los cables de acero que se adujaban en los rollos del winche y avanzaba o jalaba muy poco porque se patinaba por la carga muy pesada que venia del fondo del mar.
Gritó el capitán, despacio; poco a poco, recuerden, son 70 brazas y seguramente trae buen guato (producto) este lance, despacio. El winchero y el motorista estaban en ese aparato que levanta carga. ¡Que aparato!!, en verdad, lo que hace, es una gran ayuda, sin ese aparato sería imposible levantar cargas tan pesadas. Siguieron jalando muy lento mientras los rodillos del aparato al rotar, se quejaban muy fuerte haciendo ruido como si fueran estruendosas carcajadas, los cables de acero que pendían de esas tablas de lastre y las tablas de lastre pendían los chinchorros en el fondo del mar que habían capturado o mucha basura o sargazo porque viene muy cargado comentaban.
Era la primera vez que ocurría eso en el viaje, ya que en todos los lances de cuatro horas, siempre salieron normal y a veces casi con la bolsa vacía, en dos ocasiones salieron las redes con bastante malagua y pez macarela, pero no se compara con esta vez que seguían los rodillos del winche quejándose de la carga que estaba intentando subir a bordo, y yo; con las ganas de entrar al puerto por varias razones de chamacos que ya se me cocían las habas, no, no tenía novia en el puerto, era la inquietud de joven, con del deseo de llegar y bajar del barco, para presumir que yo era marinero pesquero camaronero y que esos ganaban mucho dinero, más que los bandidos, ver las caras de unos que no les caía bien o de mis mismos tíos Humberto y Ofelia que a lo mejor estaban deseosos de ver mi regreso para preguntarme con detalle del viaje y yo comenzar a contarles lo vivido, pero por ahora no era posible, apenas el “levantagargas” estaba llorando y sufriendo con el izamiento del equipo. Los cables de acero que estaban jalando el equipo cada vez se restiraban más y más.
Había pendiente en el rostro del viejo capitán que si el aparato que levantaba la pesada carga no lograba subirla, entonces iba a suceder lo que no se le puede desear a los pescadores cuando el equipo posiblemente trae bastante camarón en las bolsas, se tiene que cortar esos cables para evitar que se rompan los tangones que detienen los equipos de arrastre y nivelan la navegación del barco para que no navegue ladeado o descoriado aunque se tenga que perder totalmente todo el equipo de pesca que sería muy lamentable para la sociedad cooperativa de producción pesquera Bahía La Ventosa la cual pertenecía el barco y sus tripulantes.
Ahí pegado junto al winche estaban sin perder la concentración el winchero y el motorista con su tubo galvanizado en la mano derecha agarrado fuertemente para adujar correctamente los dos cables, el de babor y el de estribor mientras que con la izquierda, agarrando la palanca que echa andar o desconecta las cremalleras de ese aparato tan útil y al mismo tiempo muy peligroso que las historias de los pescadores embarcados cuentan como por descuido, atrapa y no suelta una mano y sigue con el cuerpo. Alcanzamos a recordar a varios quienes perdieron la vida o sus extremidades superiores en esa máquina. ¡¡Al fin!!… se lograron ver las tablas que estaban ya en las catarinas del tangón, las tablas no se movían, estaban completamente quietas mientras el capitán frente al timón, aceleraba a todo lo que podía el motor de la embarcación de madera de nombre Río Jano, aceleraba como en todas las veces que ya estaba izado el equipo hasta arriba y solo faltaba tomar el bichero y atrapar los cabos que tienen atadas las bolsas del producto. Uno de los tripulantes, agarró esa bichero que es una vara larga que al final de la misma, tiene un alambrón con gancho, lo capturó al primer intento y lo jaló hacia la cubierta en la popa, ahí; otra vez esos aparatos potentes “levanta cargas”, lo enredó a una de los carretes y comenzó a subirlo apoyándose en el tangón de en medio y desde que el bolso del chinchorro asomó a la superficie al salir del agua, nos dimos cuenta que ese bolso o bolsa, estaba repleta de infinidad de seres algunos vivos, otros muertos que apretujaban el abultado bolso de hilos cubierto de filástica de colores. Otra vez, lento, pero ya lo podíamos ver como poco a poco se iba alzando y escurriendo el agua y lodo que sacó del fondo del inmenso mar. La catarina o noria del tangón de en medio de la cubierta, chirrió fuerte y el amarre que del cabo que tiene atado, llegó al tope y ahí la dejaron suspendida y el marinero, buscó los lazos de la jareta que aprietan o abren la boca del bolso que trae el producto, los encontró y los jaló uno a uno ya que tienen un amarre especial que sirve para que no se enreden y causen problemas al desatarlos. Se abrió la gran boca del bolso y se fue saliendo el contenido de la pesca, sacudió el winchero bruscamente con el cabo atado en el aparato al bolso y se desprendieron totalmente desde los más grandes, hasta los diminutos peces sacado del fondo del mar. Al caer el contenido a la cubierta, se hicieron enormes los ojos todos los que ahí estábamos enfrente mirando, el bolso expulsó una cantidad enorme de camarones grandes, algunos peces todavía vivos, brincaban desesperados sintiendo la muerte en la superficie, lo demás; era todo tipo de cosas o animales que estaban en el fondo del mar. Amarraron de nuevo la boca de las bolsas y fueron botados otra vez al mar para seguir pescando en esas aguas profundas en donde había bastante producto valioso, el producto más anhelado de los marineros pesqueros. Aún era temprano para seguir pescando, faltaban dos lances más, el de las diez de la noche para levantar a las 2 de la mañana y el de la 2 de la mañana para levantar a las 6, al amanecer. La embarcación continuó en su carrera en el mismo lugar dando vueltas cada media hora regresando al mismo punto para atrapar la mancha de camarón grande. Cada uno de los tripulantes, tomó su banquito y su rasqueta y fuimos separando los pescados grandes y de buena calidad y el camarón se echaba en los canastos de fierro, ahí nos dieron las 2 de la mañana sin ni siquiera ver que le hubiéramos bajado ese grande cerro de productos del mar que estaba en la cubierta, esa noche, no hubo cena, solo se levantaban uno por uno a prepararse un café y traer unas galletas para acompañar el café y matar el hambre. El cocinero estaba también sentado escogiendo y descabezando camarón valioso y los pescados de calidad para llevar a sus casas, en ese momento no había cocinero en el servicio de la cocina, el capitán, en la rueda poniendo atención en la ruta de navegación y atento a la Zonda que marca o mide la profundidad. Llegó entonces la hora de levantar otra vez el equipo, de nueva cuenta como la vez anterior, los carretes del winche chirriando fuertemente, de nuevo parados frente a la máquina el winchero y el motorista con sus tubos atentos para adujar muy bien los cables de acero que provenían del fondo del mar con guantes de trapo, agarrando el tubo de metro y medio de alto y de dos pulgadas de grosor aproximadamente, conforme dan vueltas los carretes, van jalando con fuerza ayudados con la conectividad de la máquina del barco, y los cables, uno en cada carrete lado derecho e izquierdo que jalan los equipos de pesca, a la hora que dan vuelta sobre el carrete, estos; se alojan al carrete sin ningún orden, entonces los tripulantes que manejan los Winches, utilizan estos tubos para que los hilos estén bien ordenados. Una y otra vez paran los mecanismos para no forzar la subida de los equipos de pesca, una y otra vez también cada uno de los tripulantes estamos imaginando cosas negativas que pudieran pasar en relación a la subida de esos chinchorros grandes que se arrastran en las arenas, piedras, lodo y más en el fondo del mar, diciendo en silencio si ya tenemos algo de producto en las bodegas, no era necesario arriesgar como ahora mismo lo estamos viendo, y si se revienta algún cable, y si se rompe alguna cremallera o cadena del Winche perderemos todo el equipo, tablas, redes, cadenas de lastre, boyas, o sea; perderemos todo, completamente todo, pero así es la vida, había que intentar llevar mejor pesca al puerto para la cooperativa, para que cada uno de la tripulación se lleve más dinero a su bolsillo.
Asomaron entonces a la superficie las tablas, se mostraron las redes que flotaban por las boyas amarradas en ellas después de un buen rato de estar intentando subir el equipo, otra vez el mismo procedimiento como se sube el equipo al barco, con el bichero se jala el cabo atado a las redes, después el bolso, otra vez chirriaron las catarinas, otra vez el gancho apretó con fuerza esa bolsa llena de productos como la vez anterior, al verlo; otra vez también quedamos sorprendidos por tanta pesca, por tanta generosidad del mar, por tantos y tantos camarones grandes que fueron capturados por las redes que se arrastraron las cuatro horas, al desatar la jareta de las bolsas de los dos equipos, y vaciar completamente su contenido en la cubierta.
Ya no quedaba espacio para sentarse cómodamente para separar y descabezar los camarones, echarlos en los canastos de fierro luego lavarlos muy, muy bien, y meterlos a guardar en la bodega de hielo como sucedió en todo el viaje. Era tanto el producto sacado del mar que cuando nos sentamos por diferentes lados cada uno de nosotros que estábamos en la popa sobre la cubierta, no alcanzábamos a mirar los rostros de quienes estábamos frente a frente, porque el montón sacado del mar no nos dejaba vernos, era una tarea difícil, ruda, cansada y pesada, por el trabajo de la selección de los camarones, el descabezado que todos los que estábamos allí, teníamos los dedos pulgar e índice casi sangrando por tantas veces que apretábamos el cuerpo de los camarones para quitarles la cabeza y a pesar que usábamos los guantes de hule Adex, los que usan las amas de casa, los guantes terminaban desgastados y perforados por tanto rose fuerte de los dedos.
Como la vez anterior después de vaciar los bolsos sobre la cubierta, fueron lanzados de nueva cuenta al mar los equipos para que se siguieran arrastrando, aunque ya era mucho que hacer y la siguiente levantada, sería el de las 6 de la mañana, casi saliendo el sol sin comer y sin dormir.
Y así sucedió, el barco siguió corriendo, la tripulación seguía pegada al quehacer del pescador en el barco sin despegar las nalgas del banco, ya con la columna, las piernas, los pies muy cansados, con los ojos hinchados pidiendo a gritos cerrarse para descansar en un reconfortante sueño, seguíamos cada uno gozando el éxito y la suerte de haber encontrado la mancha grande de camarones gigantes, festejando en silencio la venta y repartición de las ganancias por la pesca en el puerto cuando el barco atracado en el muelle de la empresa de la congeladora San Juan y va a ser descargado por los trabajadores de la empresa, eso; y más pensamientos llegaban a nuestros cerebros seguramente, pero antes había que esperar, es el lance de las 2, para levantar a las de la mañana con similar o igual producción.
Dieron las 6 de la mañana, las piernas, la columna, las sentaderas cansadas, los ojos casi cerrados por el sueño, las manos sangrantes, y con el estómago vacío, iniciamos haciendo las mismas maniobras anteriores hasta vaciar los bolsos sobre la cubierta del barco, ahora; en vez de lanzar las redes de nuevo al mar, sólo se recogieron pusieron amontonados en la parte de atrás de la embarcación con las tablas pegadas a los tangones. El capitán palique al ver que el equipo estaba asegurado y la tripulación sana y completa.
Giró el timón dirigiendo la proa de la embarcación hacia el bello puerto de Salina Cruz, al estar enfilado el rumbo, aceleró fuertemente el motor del viejo barco de madera de nombre Río Jano. Toda la tripulación iba contenta, ahora si el Río Jano llevaba a puerto la mejor y más grande producción que las demás embarcaciones, aunque todavía no terminábamos de elegir o escoger el producto, descabezarlo, lavarlo y guardarlo en la bodega de hielo. Por eso precisamente íbamos con orgullo, con mucha alegría, con satisfacción y con agradecimiento al Todopoderoso de haber encontrado una gran mancha de camarones grandes. El viejo y sabio capitán Palique, dio indicaciones a todos para que se guardarán muy bien las pertenencias de cada uno, y nos dijo también, guardar los utensilios de cocina, las herramientas valiosas, y todo lo que pudiera perderse o que fueran llevados por los fayuqueros que eran personas que ayudaban a escoger el producto, descabezarlo, lavarlo, pero algunos tenían la mano muy larga con uñas grandes y era bien sabido que se llevaban las cosas incluyendo el mismo producto como es el camarón porque actuaban en complicidad con otros que traían los cayucos, lanchas, o canoas, y que sólo aventaban las bolsas que habían llenado, y que sabían trabajar tramposamente sin tener vergüenza, ni agradecimiento por el trabajo que se les brinda, así que había que tener cuidado en cada uno de aproximadamente 10 personas que se acomodaban al rededor del montón de producto para hacer el trabajo ya que la tripulación estaba agotada.
CONTINUARÁ…